La receta es sencilla: jengibre, miel y lulo. Pero detrás de esa mezcla, conocida como el Chirriadísimo, se esconde una historia que lleva más de seis décadas creando recuerdos en la Plaza del Mercado La Concordia de Bogotá. En el pequeño lugar, donde las frutas se amontonan en las montañas, nació una de las fruterías más emblemáticas de la capital: Oh Gloria, el rincón fundado por Gloria Inés Peña y sostenido hoy por su hijo, Gilberto Montaña Peña. Chirriadísimo no es sólo un jugo. Es la insignia de una familia que hizo de la combinación de frutas un legado. Sin embargo, hace unos años ese legado estaba en riesgo. La reconocida empresa nacional Cosechas intentó reproducir sus mezclas más populares, sin saber que cada una de ellas estaba registrada y patentada en la Cámara de Comercio. “Le hicieron la propuesta a mi mamá, de hecho se copiaron entre sí, y no sabían que ella ya tenía todos estos jugos patentados. Cuando se dieron cuenta, vinieron aquí y hablaron con ella directamente. Ella no quería conflictos, solo pedía que cada uno siguiera con lo suyo. Estos jugos son creación suya, tanto los nombres como las combinaciones”, recuerda Gilberto. Quizás te interese: Cuáles son las tres pizzas más ricas de Bogotá según Pizza Maestro 2025 El episodio no solo reafirmó la autenticidad del negocio, sino también la tradición que ha sobrevivido al tiempo y la competencia. Lo que para una empresa podría ser una fórmula comercial, para Doña Gloria fue el resultado de una vida dedicada a observar, probar y escuchar. Cada jugo, cada mezcla y cada nombre contiene una parte de su historia y de la lengua popular bogotana que lo acompañó desde su adolescencia. Doña Gloria llegó a la plaza cuando tenía quince años. Vivía enfrente, en el número 12 de la calle C, con su marido, con quien empezó a vender frutas. Dos años más tarde decidió abrir su propio stand, un pequeño espacio donde ofrecía zumos naturales con maracuyá, guanábana o mora. Con el tiempo empezó a experimentar con nuevas combinaciones y a bautizarlas con nombres inspirados en el argot de los años cuarenta y cincuenta: Cuchi Barbie, Ay Carachas, Chiflamicas, Hierbatero, Chatico. Así, con humor y picardía, logró que sus clientes recordaran no sólo el sabor, sino también la alegría que emanaba su dueño. Doña Gloria y su hijo Gilberto Peña, 2020. Uno de esos nombres, “Luciany”, tiene un valor especial. Fue creado en honor a un guía turístico que hace más de cincuenta años llevó por primera vez a un grupo de visitantes a la plaza. De ese encuentro nació la idea de ofrecer degustaciones de frutas exóticas, experiencia que se ha convertido en parte esencial del recorrido cultural por La Candelaria. En Bogotá siempre ha habido turismo en el sector, pero antes el público era mucho más reducido y en esos grupos pequeños, la propia Gloria se encargaba de exponer cada fruta y cada sabor. Ahora la demanda ha crecido y trabajan con reconocidas empresas turísticas como Aviatur y Gran Colombia. Un hecho del que Gilberto se siente orgulloso. Hoy Oh Gloria es mucho más que una frutería tradicional. Además de los zumos emblemáticos, la carta incluye macedonias de frutas, mojitos de mango, sándwiches artesanales, batidos verdes y postres como fresas con nata o brownies con helado. Cada preparación conserva la esencia de su fundador, por ello, los jugos conservan los nombres que les recordaban su vida cotidiana, las palabras que utilizaban cada día, explicar este detalle también es parte de la experiencia. Los visitantes también buscan las historias detrás de los jugos. Por ello, es fundamental reconocer el papel de la Plaza La Concordia en la historia de Oh Gloria. Durante años, este espacio funcionó como una tradicional plaza de mercado de Bogotá, bulliciosa y caótica. Allí se mezclaron los olores, texturas y colores. Gilberto recuerda haber crecido entre esos pasillos, arrastrándose de puesto en puesto, visitando cada pequeña tienda una vez terminada su jornada escolar. Para él, la plaza es su casa. Esa relación con el espacio evolucionó cuando murió su padre. Hace seis años, tras esa pérdida, su madre decidió jubilarse. Gilberto tomó entonces las riendas del negocio, decidido a mantener viva la herencia familiar. Le acompaña su hermano y un pequeño equipo de trabajadores que siguen sirviendo los zumos con la misma dedicación que antes. El nombre de la frutería, “Oh Gloria”, parece ahora un homenaje a la mujer que empezó todo y que aún, a pesar de su vejez, pasa de vez en cuando para supervisar que todo vaya bien. Leer más: La bodega escondida de Postobón para conseguir productos a mejor precio, tienen descuentos especiales El relevo generacional ha coincidido con la transformación de la Plaza del Mercado de La Concordia. En 2019, gracias a la remodelación impulsada por la Alcaldía Enrique Peñalosa y el IPES, el espacio se convirtió en una galería moderna que combina la tradición del mercado con la oferta cultural. El resultado es un punto de encuentro entre historia y contemporaneidad. En el primer piso se encuentra la Galería Santa Fe, donde los artistas locales exponen sus obras, mientras que en el segundo nivel las frutas, verduras y jugos siguen siendo los protagonistas. Para Gilberto, este cambio ha traído nuevas oportunidades para el turismo y la cultura. «Antes era sólo una plaza de mercado. Hoy es una galería pensada para el turismo gastronómico. Hay más visitantes y eso nos obliga a mantener la calidad». Aunque las vitrinas están más organizadas y las paredes más claras, el espíritu del lugar sigue siendo el mismo. Los turistas llegan curiosos, atraídos por los colores, las historias y los nombres imposibles de olvidar. Pero si algo define a Oh Gloria es la continuidad familiar. En los pasillos aún se escucha el eco de las generaciones que construyeron el negocio. La abuela de Gilberto, que hoy tiene 101 años, también participó en la construcción de Oh Gloria y quiere que la herencia continúe, ya sea con uno de sus dos hijos o con otro descendiente de la familia Peña. Para la familia, esa es la única manera de mantener la esencia del negocio. Por eso cuidan tan bien sus productos, es un legado vivo. El conflicto con Cosechas fue una lección. Le demostró a la familia que lo suyo valía no sólo por el sabor, sino por lo que representaba. Los zumos Doña Gloria son un símbolo de identidad local. En cada copa servida hay un recuerdo, el reflejo de una bogotana emprendedora que a los quince años decidió mezclar sabores sin miedo y un hijo que convirtió su herencia en un proyecto de vida. Entre el murmullo de la plaza, los puestos de flores y las voces de los vendedores ambulantes, el Chirriadísimo sigue sirviéndose con la misma mezcla de jengibre, miel y lulo. Cada sorbo cuenta la historia de un lugar que se negó a ser copiado.





