La tarde en que Colombia selló su boleto al Mundial 2026

La tarde en que Colombia selló su boleto al Mundial 2026

Colombia golpeó a Bolivia 3-0 en un metropolitano y aseguró el evento de la Copa Mundial en una tarde de abrazos, fiesta y goles. Allí estábamos el metropolitano de Barranquilla tiene algún santuario y algo de justo. Sus paredes mantienen las oraciones más íntimas de los fanáticos y sus pasillos huelen a fritanga, cerveza cálida y brandy compartidas en recipientes de plástico. Allí, en esa mezcla de fe y juerga, Colombia escribió otra página de su historia del fútbol: la victoria 3 a 0 contra Bolivia que aseguró el boleto a la Copa Mundial 2026. Desde temprano, la ciudad se había despertado con un aire diferente. Los autobuses urbanos pintaban amarillo con tisiones t colgadas de las ventanas y las calles retumbaron con silbatos y tambores. En cada esquina, algún vendedor improvisado ofreció banderas, sombreros y bubucelas que no tenían más afirmación que unirse al ritual. No importaba si eran originales o piratas: lo que contaba era ser parte del ruido. Lea también: El renacimiento de Tolimense Dayro Moreno, el anotador que en breve perdió todo a las dos y media de la tarde, las puertas colosas se abrieron como un cofre hinchado. La gente entró lentamente, casi en procesión, buscando su lugar en las gradas. Algunas bolsas cargadas llenas de latas de cerveza, otras usaban las camisas recién compradas y había quienes solo entraron en el deseo y la ilusión de gritar un objetivo. La espera estaba llenando los puestos poco a poco, hasta que, a las cinco en punto, cuando el Sol Barranquilla todavía golpeó con fuerza en las cabezas, el estadio estaba lleno. Un océano amarillo saludó a la brújula de las canciones. La clasificación de la Copa Mundial 2026 en el Metropolitano fue una fiesta que se extendió por toda Colombia. El juego comenzó con un cierto trastorno. Bolivia, sin nada que perder, se atrevió a cruzar la mitad de la cancha e intentó suerte con dos disparos tímidos que hicieron pensar en Camilo Vargas. El portero, bronceado en las noches valientes con los Atlas de México, respondió sin dudarlo, como si hubiera estado salvando fuerzas para este día, para no dejarse hacer el día de la clasificación. Mientras tanto, en las gradas, la atmósfera se cocinó lentamente. Los vendedores de caza caminaron por los pasillos con bandejas de cerveza, ofreciendo whisky y brandy. Cada bebida sirvió como gasolina para la garganta y una excusa para abrazar a un extraño. Por lo tanto, entre SIP y SIP, la fiesta estaba encontrando ritmo. Y Buchanan’s, la marca que invitó a este periodista a ver el partido más importante del empate, porque clasificamos, también estaba presente. Colombia necesitaba un flash, una jugada que rompió la tensión. Y fue James quien levantó la mano. Los diez, con esa caminata tranquila que a veces se confunde, comenzaron a tomar el control de la pelota. A los treinta minutos, Santiago Arias lo encontró en el borde del área pequeña con un paso de pie. James lo recibió, la acarició con la derecha y la envió al fondo de la red con una elegancia que parecía coreografía. El metropolitano dejó de ser un mero estadio: se convirtió en un corazón gigante que se levantó. La gente se derritió en abrazos, incluso sin conocerse, mientras que algunos se secaron las lágrimas en escondidas y una canción interminable se sacudieron al concreto de las gradas. Con ese primer gol de James, que nadie esperaba que lo filtre por el palo del portero, el juego le cambió la cara. Colombia tomó confianza, movió la pelota de lado a lado y comenzó a jugar con la tranquilidad que sabe que la historia se inclina a su favor. Lea también: Los jugadores colombianos que establecieron el mercado temblar: más de 900 mil millones en fichajes de la galería se escuchó un nombre repetido con insistencia: Dayro Moreno. El veterano, ausente de la selección durante siete años, se había convertido en la obsesión del público. Le gritaron, como si su presencia única pudiera sellar la fiesta. El segundo gol llegó en el minuto 74 y fue un trabajo de precisión. Luis Fernando Quintero, con una visión del cirujano, hizo un pase de milímetro para Jhon Córdoba. El delantero nació Istmina, una pobre ciudad de Chocoano, puso un riflazo en la pelota con frialdad y furia, como si miles de ojos en la parte superior solo tuvieran la pelota y el arco en el frente. Fue el segundo brote en levantar las gradas. El coloso del 20º Temble 20 de Julio, y los Buchanan corrieron de mano en mano como si fuera agua bendecida. En ausencia de diez minutos, el clamor por Dayro tuvo una respuesta. El ‘Prof’ Nérstor Lorenzo lo envió a la corte y el estadio se entregó a él. Fue un retorno inesperado, un gesto de nostalgia en medio de la celebración. El delantero entró sonriendo, con esa mezcla de humildad y travesuras que siempre lo ha acompañado. Cada toque se celebró como un gol, aunque el puntaje casi se resolvió. Y debido a que no hay una fiesta completa sin un tercer baile, Juan Fernando Quintero dio el último toque. Hubo unos minutos para cerrar cuando metió la pelota en la red y selló la victoria. El Metropolitan fue un solo grito, una sola bandera, un solo ritmo. La clasificación estaba segura y la ciudad sabía que el Rumba no tendría tiempo para cerrar. Leer también: Estes es la nueva negociación de James Rodríguez en Tolima; Hizo una inversión millonaria cuando el árbitro silbó el final, muchos aún estaban, como negarse a poner fin a la magia. Afuera, Barranquillera Breeze agitó las banderas y en los altavoces la música que siempre acompaña a las victorias sonó. Algunos fanáticos caminaron hacia el centro con pasos de bamboleo, otros se perdieron por la Ruta 40 buscando prolongar la celebración. James Rodríguez, el capitán de ‘Sele’, tuvo un gran juego, su primer gol y los pases y desbordamientos fueron protagonistas de la noche. El 3 a 0 contra Bolivia no fue solo un puntaje. Fue la confirmación de que Colombia estará en su séptima Copa Mundial. Pero más allá de las estadísticas, era una tarde en que las personas se abrazaban sin conocerse, en la que la cerveza compartida sabía mejor, en la que se convirtió un estadio entero en casa. Una tarde en la que el equipo nacional recordó que el fútbol a veces tiene el poder de reunir a un país entero alrededor de la misma ilusión. Gracias de Buchanan.

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