Lo que comenzó como un refugio para exiliados terminó siendo una joya tradicional en el centro de Bogotá. Desde hace más de 40 años, en el corazón de Bogotá, los capitalinos se reúnen para disfrutar de un buen chocolate o un café. El punto de encuentro fue la pastelería La Florida, un tesoro en el centro de la ciudad que guarda recuerdos, aromas y tradiciones que pocos conocen. Su historia se remonta al año 1936, cuando el español José Granes decidió abrir una panadería en pleno exilio. La situación no fue fácil para él: huyó del régimen de Franco y encontró refugio y una nueva oportunidad en Colombia. Cuando La Florida abrió, sólo contaba con tres empleados: un panadero, un pastelero y una joven limpiadora. En 1940, Eduardo Martínez llega a Bogotá en busca de un futuro mejor y se topa con una oferta laboral en la pastelería. El destino lo puso allí, y aunque no sabía nada del oficio, aprendió rápidamente. Pronto trabajó de la mano de Granes y entre ellos nació una amistad que también dio origen a una de las joyas más queridas de la gastronomía capitalina: la receta del chocolate santafereño. Pero el tiempo pasó y en 1968 murió José Granes. Durante un par de años, sus hijos se hicieron cargo de la dirección del negocio, hasta que en 1970 decidieron vendérselo a Eduardo Martínez, quien ya ejercía como administrador. Desde entonces, La Florida se convirtió en un punto de encuentro para inmigrantes que huían de la guerra en Europa y buscaban un pedazo de hogar en Bogotá. La segunda vida de la pastelería La Florida, ícono del centro de Bogotá Cuando Eduardo asumió el rol de dueño, el trabajo era arduo, pero su dedicación lo hizo destacar. El Espectador llegó a llamarlo el artesano del pan y del chocolate, y con razón. Era habitual verlo llegar a las tres de la madrugada para preparar el pan y las tartas, y además era el último en cerrar la tienda. |Quizás te interese Pedro Gómez, el empresario que se hizo poderoso construyendo centros comerciales por toda Colombia. Bajo su liderazgo, la pastelería creció hasta trasladarse a una casa de tres pisos, donde aún funciona. Lamentablemente Eduardo falleció dos días antes de la inauguración del nuevo local, dejando en manos de sus hijos el legado que con tanto amor y esfuerzo había construido. Los años no fueron fáciles, especialmente durante la pandemia, cuando tuvieron que reinventarse para sobrevivir. Pero ellos resistieron. Hoy, La Florida sigue siendo uno de los lugares más tradicionales del centro de Bogotá. Quienes lo visitan buscan sus inconfundibles hojaldres y el sabor de su chocolate, tan característico como su historia. A las cinco de la tarde las mesas se llenan de familias, amigos y turistas disfrutando de sus once. Lo que comenzó como un simple salón de té se convirtió en un ícono de casi un siglo de historia de la capital. Si aún no lo conoces, puedes hacerlo en la Carrera 7 #21-46. Un rincón que conserva la esencia de la Bogotá antigua y que, sin duda, vale la pena visitar. Ver también:





