Hace 7 años, alejado de la política, decía que el ajiaco tradicional era un guiso carcelario. Pero hoy durante la campaña recorre el país comiendo como el pueblo. Abelardo de la Espriella nunca pasa desapercibido. Desde que lanzó su campaña política hace dos meses y medio, su nombre ha estado en titulares, debates y encuestas que lo sitúan entre los primeros lugares en intención de voto. Pero más allá de su discurso sobre “la regeneración moral del país”, fue una frase sobre la comida la que nuevamente lo puso en el centro de la conversación: su desprecio por el ajiaco bogotano. Lea también: Los exitosos negocios de Abelardo de la Espriella que dejó en pausa para buscar la Presidencia La afirmación no es reciente. En realidad, De la Espriella lo dijo hace siete años, en una entrevista al personaje Juanpis González —interpretado por el comediante y creador de contenidos Alejandro Riaño—, cuando todavía no tenía en su cabeza la idea de entrar en política. En ese momento afirmó tajantemente que “no puede ser que esta ciudad, Bogotá, que se precia de ser cosmopolita, tenga el ajiaco como plato estrella”. Luego, con el tono contundente que lo caracteriza, agregó que el ajiaco es “un guiso carcelario de papas con pollo”, un alimento “que le dan a los presos” y que, según él, “no le devuelve nada a la gente”. Para finalizar puso un ejemplo: “Mira a Juan Manuel Santos”. En la misma entrevista también dijo que no tenía aspiraciones políticas y que su mundo era el del derecho y la opinión penal. Pero eso cambió con los años, especialmente con el ascenso al poder de Gustavo Petro, a quien De la Espriella considera el mayor símbolo de lo que critica. Su oposición frontal al actual Gobierno acabó empujándole hacia un camino que, en su momento, dijo no le interesaba. Hoy es una de las figuras más visibles de la derecha y uno de los candidatos más mediáticos del momento. El comentario sobre el ajiaco, que parecía una simple provocación gastronómica, terminó siendo una metáfora de clase y poder. En una sola frase, De la Espriella -abogado de conocidos personajes de la política y el espectáculo, y ahora aspirante al poder- trazó la línea entre lo que considera “comida del pueblo” y su propio gusto, más cercano al Mediterráneo que a la sabana de Cundiboyaca. “Soy un hombre costero del Mediterráneo”, afirmó también en la entrevista. «No como arepa de huevo. Como comida mediterránea: pasta, branzino, spigola». El comunicado fue suficiente para que en ese momento se desatara una ola de críticas y burlas en las redes sociales. Muchos lo acusaron de clasista; otros, de no entender la cultura colombiana que ahora pretende representar. Pero el abogado no se retractó. Como suele hacer, aprovechó la controversia: convirtió la ofensa en conversación y la conversación en visibilidad. Ahora, desde su lanzamiento, su campaña ha estado marcada precisamente por eso: el ruido. En un escenario político saturado de promesas recicladas, De la Espriella ha optado por una estrategia de confrontación y espectáculo. Con su verbo agudo, su imagen cuidada y su tono desafiante, ha construido un personaje que divide, pero atrae. Mientras algunos lo ven como una figura altiva e histriónica, otros lo consideran una voz que encarna la frustración de una parte del electorado que busca “mano dura” y un discurso sin filtros. En sus giras de campaña ha tratado de parecer más cercano, menos distante del país real. En Cali, por ejemplo, comió chontaduro en un puesto callejero del centro. En las redes sociales compartió el momento con un gesto entre curioso y valiente, intentando marcar un punto de conexión con las personas. Aun así, su relación con la comida sigue siendo un reflejo de su forma de ver el mundo: jerárquica, selectiva, simbólica. Lo que para muchos colombianos es identidad, para él es contraste. Lo que para Bogotá es tradición, para él es atraso. Su frase sobre el ajiaco –ese plato que resume la mezcla de ingredientes y regiones– terminó sirviendo como una radiografía involuntaria de su propio perfil: un candidato que busca representar a todos, pero que no siempre parece dispuesto a comer lo mismo que ellos. Pese a las polémicas, las encuestas siguen favoreciéndole. Su nombre aparece entre los primeros lugares por intención de voto, especialmente en la Costa Caribe y en algunos sectores urbanos que valoran su discurso de “orden y autoridad”. Sus críticos insisten en que su figura es más mediática que política; Sus seguidores, en cambio, lo defienden como alguien que “dice lo que otros no se atreven”. En un país donde la política se ha convertido en espectáculo y la comida en símbolo de identidad, la historia de Abelardo de la Espriella tiene un sabor particular: una mezcla de poder, polémica y vanidad. Y aunque insiste en que el ajiaco es “comida de presos”, lo cierto es que, en esta campaña, cada cucharada de polémica parece alimentarle más que cualquier plato mediterráneo. Al minuto 8:40 hace la referencia al ajiaco bogotano





