Así funciona un acueducto con paneles solares, la apuesta en Bolívar para un pueblo de 332 familias

Así funciona un acueducto con paneles solares, la apuesta en Bolívar para un pueblo de 332 familias

En San Cayetano, el gobernador Arana lanzó este proyecto en el que se invirtieron más de $ 2 mil millones y que ya suministra a 130 familias de la ciudad en San Cayetano, un corregimiento de Bolívar donde la tierra se abre en grietas de sequía y el río no es suficiente para calmar la sed, el agua siempre había sido una promesa de cría. Allí la vida pasó entre la pesca artesanal, los cultivos de maíz y yacesava, y largos paseos con Pimpines en los lomos de los burros, como si cada gota tuviera que arrancarlo al destino. La rutina fue la misma durante décadas: esperar a que llueva CANCas, raspar agua turbia de las tuberías, hervirla con la esperanza de que no traiga enfermedades. Las mujeres sabían que cocinar o lavar ropa significaba pasar horas enteras llevando cubos. Los niños se acostumbraron a bañarse con jarras de agua estancadas. Y los hombres regresaron de la pesca con la certeza de que, en sus hogares, la pobreza también se midió en litros de agua. Lea también: Este será el Festijazz de 2025 en Mompox, donde habrá conciertos, desfiles y cine al aire libre algún día, el silencio de esa vida cotidiana fue roto por el zumbido de un helicóptero. Los niños, que rara vez vienen más allá de las garzas, corrieron tras la sombra que descendió en la cancha polvorienta. Los ancianos, incrédulos, analizaron cómo el dispositivo bajó al gobernador de Bolívar, Yamil Arana, con la misma naturalidad de quién pisó un territorio que siempre ha sido suyo. Pero San Cayetano, hasta entonces, no había sabido la visita de ningún presidente departamental. La llegada no fue un gesto de cortesía. Fue, más bien, la apertura de un nuevo capítulo. El gobernador no solo aterrizó: caminó por las calles polvorientas, escuchó a los líderes comunales, fue abrazado por la multitud y, finalmente, se detuvo frente al trabajo que había motivado su visita: el nuevo acueducto del Corregimiento. No era ningún acueducto. Funcionó con paneles solares, una tecnología que parecía demasiado moderna para esa esquina olvidada, pero eso era ideal para un territorio donde la luz del sol arde sin descanso. Con esa fuente de energía limpia se garantizó que el agua llegó a las casas sin que la comunidad tuviera que pagar sumas imposibles. El sistema no salió de la nada. Cien metros bien tuvieron que perforarse, construyendo un tanque subterráneo de 180 metros cúbicos, instalando 35 elevados, colocando bombas capaces de mover cinco litros por segundo y colocar casi dos kilómetros de tubería que hoy en día es la serpiente por las calles como nuevas venas. Todo eso, rodeado por un recinto que protege el corazón del acueducto: la planta que bombea el agua bajo la fuerza del sol. La inversión superó los 2,7 mil millones de pesos. Y aunque la cifra es difícil de dimensionar para aquellos que viven con la pesca o la venta de bolos en la puerta de la casa, el resultado es evidente: 332 familias ya no dependen de la lluvia para sobrevivir. La primera vez que el chorro de agua limpia salió a través de la llave, muchos estaban en silencio. Algunos niños saltaron bajo el otoño como si fuera un juego. Las madres, los incrédulos, se tocaron la cara con las manos mojadas. Los hombres miraron ese líquido transparente como si fuera un tesoro que finalmente les pertenecía. El agua, más que un servicio, se sintió como una dignidad recientemente liberada. Lea también: Este ha sido el camino a San Basilio de Palenque en su lucha por ser un municipio de San Cayetano, acostumbrado a promesas no cumplidas, se le permitió celebrar. No con discursos, sino con pequeños gestos: mujeres que llenaron las macetas sin kilómetros para caminar, campesinos que soñaban con regar sus cultivos, niños que corrían entre charcos como si toda la gente hubiera sido bendecida. El día no terminó en la inauguración. El gobernador aprovechó la oportunidad para escuchar a los vecinos, recibir solicitudes y comprometerse con otras mejoras. Anunció el envío de bolsas de cemento para arreglar las calles, y la inversión conjunta con el alcalde de Regidor para recuperar el centro deportivo, un espacio donde los jóvenes espera tener más que polvo y abandono. En los días siguientes, el tema de la conversación en las casas ya no era la escasez sino el cuidado de lo que ahora tenían. El acueducto se convirtió en el centro de la vida comunitaria. Todos sabían que, en su buen uso, dependía de que el trabajo duraría y continuaría cambiando la historia. San Cayetano, que alguna vez fue un punto invisible en el mapa, ahora tiene una razón para sentirse considerado. El agua atraviesa sus tuberías y, con ella, una corriente de esperanza que parecía imposible. Cada llave que se abre también es un recordatorio de que la dignidad se puede tocar con las manos. En un lugar donde lo habitual había sido cargar Pimpins bajo el sol abrasador, tener agua potable en casa es casi un milagro. Pero no es mágico: es la suma de las decisiones, la inversión pública, la voluntad política y una comunidad que aprendió a resistir hasta que alguien los escuchó. El nuevo acueducto no solo cambió la forma de cocinar, bañarse o lavarse. Cambió la forma en que los habitantes de San Cayetano se ven a sí mismos. Ahora saben que no están condenados al olvido. Que su territorio, marcado por la sequía, también puede ser escena del progreso. El agua, finalmente, dejó de ser un privilegio lejano y se convirtió en parte de la vida cotidiana. Y en ese flujo constante de las tuberías, San Cayetano escribe una página diferente en la memoria del sur de Bolívar: la de una ciudad que, gracias al sol y al agua, comienza a creirse en su propio futuro.

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