Con la compra del avión sueco que costó 16 mil millones de dólares, Colombia rompió una tradición de 36 años de combate con tecnología israelí. Colombia llegó al 2025 con la urgente necesidad de reemplazar su flota de combate. Los Kfir, que durante décadas fueron el corazón del poder aéreo nacional, habían llegado a sus límites. La Fuerza Aérea Colombiana, a la que Petro cambió el nombre por Fuerza Aeroespacial, operaba sólo un puñado de unidades completamente funcionales, y los costos de mantenerlas en vuelo, según los propios militares, eran cada vez más altos. En ese contexto, el gobierno de Gustavo Petro abrió negociaciones con Suecia para adquirir aviones Gripen, una flota de aviones de combate más moderna, con mayor tecnología y participación industrial local. Aquello marcó el inicio formal del fin de un ciclo de 35 años y la inevitable revisión de la historia de un avión que definió la guerra en el país desde finales del siglo XX. Lea también: Esto cuestan los aviones suecos que Gustavo Petro comprará para su gobierno Los Kfirs llegaron a Colombia en 1989, cuando el gobierno del presidente Virgilio Barco tomó la decisión de mejorar la flota de combate con la que contaba la Fuerza Aérea en ese momento. Colombia necesitaba capacidad supersónica, precisión en las operaciones contra campamentos guerrilleros y un sistema que permitiera una defensa aérea confiable en un contexto regional inestable. Tras varias discusiones internas y el interés por encontrar un avión con disponibilidad inmediata, Barco cerró un acuerdo cercano a los doscientos millones de dólares con Israel. El país recibió doce Kfir C2 monoplaza y un TC7 biplaza que habían volado durante años en la Fuerza Aérea de Israel y que, para entonces, ya habían alcanzado su vida útil original. La compra fue controvertida. En la Fuerza Aérea hubo quejas por la llegada de aviones usados, y en el Congreso se discutió si ese material realmente respondía a lo que necesitaba el país. Pese a las dudas iniciales, la primera escuadrilla llegó a la base aérea de Palanquero, en el Magdalena Medio, y desde allí comenzó a operar. Los pilotos se adaptaron rápidamente a una plataforma robusta, capaz de volar en condiciones difíciles y equipada con un motor J79 que, aunque antiguo, ofrecía potencia suficiente para misiones ofensivas. Dos años después, en 1991, los Kfir ya sobrevolaban Casa Verde, uno de los campamentos centrales de operaciones de los jefes de las Farc en el Meta. Fue uno de los primeros escenarios en los que Colombia probó su nueva flota de combate. Ese avión israelí se convirtió, con el paso de los años, en un símbolo operativo. La FAC lo modernizó con radares EL/M-2032, aviónica digital, sistemas de designación láser y la capacidad de transportar misiles Python y Derby. El Kfir dejó de ser simplemente un dispositivo de segunda mano y pasó a funcionar como una plataforma adaptada al tipo de guerra que enfrentaba Colombia. Durante los años noventa y dos mil, Palanquero planeó misiones que luego marcaron la historia reciente del país. Los bombardeos de precisión contra las FARC y el ELN dependían en gran medida de estos aviones, que realizaban ataques a gran altura con bombas guiadas capaces de alcanzar objetivos en zonas remotas del sur y el este. La participación de Kfir en operaciones contra objetivos de alto valor fue decisiva. En las campañas que terminaron con las muertes del Mono Jojoy y Alfonso Cano, los pilotos utilizaron las capacidades de penetración del avión y su equipo designado para apoyar bombardeos cuidadosamente planificados. Esto confirmó que, a pesar de su creciente edad, el luchador respondía a las exigencias de los escenarios más complejos. También elevó su reputación internacional, como ocurrió durante la participación de Colombia en Bandera Roja 2012, donde las tripulaciones lograron desempeños destacados frente a plataformas más modernas. Con el paso del tiempo surgieron limitaciones inevitables. La disponibilidad técnica comenzó a disminuir y se hizo difícil obtener repuestos. Aun así, en febrero de 2008 el gobierno de Álvaro Uribe decidió ampliar la flota. El ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, lideró un acuerdo para adquirir 11 Kfir adicionales y modernizar once del lote original. La segunda inversión duplicó el valor de la primera y se acercó a los cuatrocientos millones de dólares. Colombia contaba con veintitrés Kfir, cifra que buscaba compensar el desgaste natural de las aeronaves y mantener la capacidad ofensiva durante los momentos más intensos de la política de seguridad democrática. A pesar del esfuerzo presupuestario, a partir de 2020 la flota se enfrentó a problemas cada vez más graves. La disponibilidad cayó por debajo del treinta por ciento, los tiempos de mantenimiento se prolongaron y la falta de soporte actualizado de Israel afectó la operatividad. Cuando comenzó el gobierno de Gustavo Petro, sólo un puñado de aviones podían realizar misiones completas. Aun así, los Kfir han seguido participando en operativos contra estructuras de disidencias de las Farc, el ELN y el Clan del Golfo en departamentos como Cauca, Antioquia, Guaviare y Caquetá. Lea también: Flapper, la empresa brasileña que se convirtió en el Uber del aire alquilando jets y helicópteros La decisión del gobierno de Petro de avanzar hacia la compra de Gripen, que le costó al país poco más de 16 mil millones de pesos, y alejarse de Kfir coincidió con el deterioro de las relaciones con Israel por la guerra en Gaza. La ruptura diplomática con el presidente Netanyahu marcó un cierre simbólico de la relación que había permitido a Colombia operar aviones israelíes durante más de tres décadas. Mientras se cerraba ese capítulo, en Palanquero la FAC instaló el primer Kfir como pieza de museo, acto silencioso que anunció el retiro definitivo de la flota. Aquel avión, ahora inmovilizado sobre un pedestal, representó la transición a una nueva era de la defensa aérea. La llegada del Gripen promete menores costos operativos, mayor conectividad y la apertura de procesos industriales locales que Colombia nunca tuvo con los Kfir. Sin embargo, la historia de los aviones israelíes pasará a ser una de las más largas de la aviación militar del país. Durante 35 años sostuvieron operaciones ofensivas, disuasión estratégica y ejercicios de interoperabilidad internacional. Fueron protagonistas de operaciones decisivas y acompañaron al país en los momentos más duros de su guerra interna. El sonido del motor J79 se desvanecerá por completo en los próximos meses, pero su legado seguirá vivo en la memoria de los pilotos y en la historia operativa de la Fuerza Aérea.






