Los ataques que casi acaban con el Zar Esmeralda revelan la red de enemigos que lo rodeaban y la idea de que estaba protegido por algo más que la suerte. Víctor Carranza pasó buena parte de su vida midiendo el peligro. Quienes lo conocieron recuerdan que nunca se movía sin varios escoltas, que revisaba cada ruta y que no confiaba en quienes aparecían con promesas de amistad o negocios. Tenía sobradas razones. Había amasado una enorme fortuna en torno al negocio de las esmeraldas y había extendido su influencia desde las montañas de Boyacá hasta las llanuras del Meta. Era un hombre poderoso en una región donde el poder siempre estuvo en disputa. Con esa mezcla de riqueza, territorio y relaciones, era inevitable que aparecieran enemigos. Algunos eran viejos rivales del gremio esmeralda, otros pertenecían a grupos armados que se consolidaron en los Llanos Orientales tras la expansión de las autodefensas y el narcotráfico. Hubo tensiones, deudas, resentimientos y alianzas que cambiaron con la velocidad del conflicto. Todo esto se sintió a su alrededor cuando, en dos ocasiones, intentaron matarlo. Lea también: El brutal asesinato de Mercedes Chaparro, la empleada más querida de Víctor Carranza La primera emboscada ocurrió una noche de julio de 2009, en la carretera que conecta Puerto López con Puerto Gaitán. A esa hora, el tráfico es mínimo y la llanura parece una enorme placa oscura y silenciosa. Carranza viajaba en un camión blindado, acompañado de un escolta y dos colaboradores. Venían de una reunión y avanzaban sin incidentes cuando, en un punto de la carretera, un vagón cisterna cruzado les cerró el paso. El conductor intentó maniobrar, pero no pudo evitar chocar contra una valla de la carretera. Lo que siguió confirmó que no fue un accidente. De la parte trasera del camión salieron varios hombres encapuchados y armados hasta los dientes. Llevaban rifles, granadas y ametralladoras. Dispararon sin preguntar. Sabían que dentro de la camioneta estaba su objetivo: Víctor Carranza. El vehículo resistió los impactos, pero el ataque fue tan intenso que obligó a los escoltas a responder. Mientras los hombres del zar intentaban ganar tiempo, Carranza salió por la puerta trasera y se arrastró por una zanja, alejándose lo más posible del intercambio de disparos. Logró atravesar una tubería de alcantarillado y llegar a una pequeña aldea donde se escondió hasta que cesaron los combates. Dos de sus guardaespaldas murieron allí, en la carretera oscura, mientras que otros resultaron heridos. Para sorpresa de muchos, salió sólo con rasguños. Lea también: El día que Víctor Carranza encontró en Fura una de las esmeraldas más grandes del mundo Ese ataque provocó una ola de especulaciones. En los Llanos nadie ignoraba que los grupos paramilitares que habían dominado la región después de la desmovilización de las AUC seguían operando bajo otras estructuras. También se conoció que algunos narcotraficantes, fortalecidos por la riqueza de la zona, querían controlar rutas, tierras y aliados políticos. A esto se sumaron los conflictos heredados del negocio de las esmeraldas: viejas guerras, disputas por minas y tensiones entre familias con poder en Boyacá. Cualquiera de esos frentes podría haber quedado atrás. Lo cierto es que el ataque dejó claro que alguien, o varios grupos, habían decidido desafiar abiertamente a Carranza. Pero lo más sorprendente ocurrió menos de un año después. En marzo de 2010, cuando aún no se esclarecían las versiones sobre posibles culpables, Carranza volvió a estar en el lugar equivocado. Se dirigía a Villavicencio en una caravana de cinco camionetas. Ese día, por cambio de rutina, no estaba en el primer vehículo. El grupo avanzaba tranquilamente cuando, en una zona conocida como Murujuy, apareció nuevamente un carrotanque robado. Esta vez, los hombres que lo conducían lo arrojaron contra el camión que encabezaba la caravana. La atacaron con tal fuerza que la hicieron volcar. Tan pronto como el vehículo quedó volcado, varios hombres armados salieron y comenzaron a disparar y arrojar explosivos. El camión en el que viajaba Carranza logró frenar y quedó atascado en la vía. Sus escoltas salieron a repeler el ataque mientras él les ordenaba retirarse a toda velocidad. Los atacantes se dieron cuenta de que su objetivo estaba en otro automóvil y comenzaron a dispararle con armas más pesadas. Aun así, el camión logró escapar en medio de ráfagas y explosiones. Carranza se refugió en una finca cercana y, nuevamente, salió ileso. Uno de sus escoltas murió horas después. La repetición del método, el uso de un carro tanque y el número de hombres involucrados en el segundo intento demostraron que había una operación planificada y bien patrocinada contra Carranza con acceso a armas y vehículos robados e información clara y concisa sobre los movimientos del zar. A medida que avanzaba la investigación, las autoridades encontraron evidencias que apuntaban a vínculos entre los agresores y funcionarios del DAS en el Meta. También surgieron pruebas de que algunas armas pertenecían a unidades militares. Esos hallazgos plantearon más preguntas que respuestas. ¿Quién tenía tanto poder para organizar un ataque de esa magnitud sin temor a las consecuencias? Lea también: La mansión abandonada de Víctor Carranza que había construido en la cima de una montaña En el inframundo comenzaron a circular nombres. Algunos señalaron a Daniel Barrera, un narcotraficante que había construido un imperio en los Llanos y que mantenía tensiones con Carranza por negocios y alianzas. Otros mencionaron a Pedro Oliverio Guerrero, conocido como Cuchillo, jefe de una de las estructuras armadas más temidas de la región, que se había enfrentado con Carranza por el control territorial. También apareció el nombre de Pedro Nel Rincón, un hombre fuerte del mundo esmeralda que mantenía viejas diferencias con él. La versión más repetida hablaba de una alianza entre esos tres para quitarse de en medio al zar esmeralda. Nada de esto quedó plenamente probado, pero en los Llanos la gente no dudó en reunir los hechos. La región estaba acostumbrada desde hacía décadas a historias de venganza, deudas, ajustes de cuentas y pactos rotos. Lo que ocurrió en esos dos ataques parecía encajar en ese patrón. Aun así, la falta de certeza alimentó otra idea, menos política y más popular: que Carranza tenía una protección que lo mantenía con vida. No era extraño oírlo en los pueblos o en las fincas: decían que se rezaba por él, que no había bala capaz de alcanzarlo, que era imposible matarlo mientras permaneciera protegido por aquellas oraciones o pactos que circulaban entre el mito y la superstición. Carranza, sin embargo, nunca habló de esas creencias. No dio señales de ser supersticioso y repitió que el riesgo era parte de su vida. El zar siguió moviéndose con cautela: limitó sus rutas y aumentó las medidas de seguridad. Sabía que estos ataques eran más capítulos de una película que mezclaba negocios legales e ilegales, viejas rivalidades y nuevas potencias emergentes. Pese a todo, el hombre que sobrevivió a dos emboscadas de gran escala acabó muriendo años después a causa de un cáncer que poco a poco lo debilitó. En el llano, muchos interpretaron su muerte como una prueba de que no cayó por la fuerza de las armas, sino cuando la enfermedad quiso. La frase que más se repitió fue que, al final, no pudieron matarlo. En una tierra donde la violencia ha marcado a generaciones enteras, esa coincidencia alimentó la leyenda de un hombre que parecía destinado a evitar la muerte, al menos hasta que su cuerpo no pudiera seguir el ritmo.






