La tragedia que marcó la vida de Juan Fernando Quintero, el crack que selló la clasificación al Mundial

La tragedia que marcó la vida de Juan Fernando Quintero, el crack que selló la clasificación al Mundial

En 1995, su padre fue al ejército para aclarar su situación militar y ese día que el ejército lo llevó, 30 años después, no se sabe lo que le sucedió a los 60 minutos de ese juego en el que Colombia jugó la clasificación a la Copa Mundial, el entrenador trasladó el banco. Juan Fernando Quintero entró y James Rodríguez se fue. En menos de diez minutos, la izquierda de Medellín cambió la historia: primero, un pase de seda para el segundo gol; Luego, un disparo a la izquierda desde que selló la victoria contra Bolivia. El estadio se rindió a sus pies. Lo aplaudieron en cuanto a las grietas antes, como aquellos que llevan a los botines la magia que no entrena. Lea también: La tarde en la que Colombia selló su boleto a la Copa Mundial 2026 ese mismo día, mientras que la noticia repitió su juego una y otra vez, en su memoria tal vez la misma pregunta que lo acompaña desde que era un niño: ¿dónde está su padre? Una pregunta sin respuesta. En 1995, Jaime Enrique Quintero, el padre de Judge, fue a la Brigada del Ejército para resolver su situación militar y ese día desapareció. La historia de Juan Fernando Quintero no comenzó en la cancha, sino en ausencia. Tenía solo dos años cuando su padre, Jaime Enrique Quintero, desapareció en circunstancias nunca aclaradas. Era marzo de 1995. Jaime apareció en el ejército nacional que buscaba resolver el proceso del cuaderno militar, un paso obligatorio para conseguir un trabajo. Nunca regresó a casa. La orden de transferencia a Medellín se convirtió en el último registro oficial de su existencia. Desde entonces, silencio. La madre estaba sola con un niño pequeño y una vida rota antes de haber comenzado. En Medellín, el pequeño Juanfer estaba creciendo con la sensación de un vacío que se hizo costumbre. Pronto se enteró de que en casa había silencios que no podían llenarse de palabras. Su escape era el balón. En el vecindario, el fútbol era el punto de reunión. Allí conoció a James Rodríguez, un año y medio menor, con quien compartió horas de PlayStation y Tribunales Dusty. Ambos a la izquierda, ambas soñando con vestir la camisa amarilla. Pero mientras James creció en una casa ordenada, Juanfer en una casa golpeada por la ausencia que necesitaba tantas veces. A veces su madre era; Otros, no. La vida lo obligó a crecer más turbulencias. Esa diferencia marcó sus caminos. El talento de Quintero era indiscutible, pero a menudo ausente del entrenamiento, no siempre llevaba una disciplina de hierro y se dejó seducir por la música y la noche. Su carrera, como su vida, fue un dominio: explosiones de genio seguido de pausas desconcertadas. Al igual que James, debutó en el Envigado, una cantera para entrenar a grandes jugadores. Luego, en 2012, llegó al National, donde con su figura con la izquierda hizo y comenzaron las llamadas exteriores. El Pesacara de Italia, genial en la B, fue el primero en comprar sus objetivos, luego el Porto, donde James y Falcao marcaron la historia. Sus objetivos también han sido en Medellín, River Plate y Racing. La madre de Juan Fernando Quintero se convirtió en el motor del niño, el adolescente y el joven que encontró su refugio en el fútbol. Hoy, en la hierba de lo monumental de Núñez, donde la camisa de River Plate se defiende nuevamente, el colombiano se celebra por su visión e impredecible a la izquierda. Antes de llegar allí, lo hizo en América de Cali, donde llegó como una promesa cumplida para los fanáticos. Y en cada paso, la memoria de su padre parece una sombra silenciosa. Han pasado casi treinta años desde la desaparición de Jaime Quintero y todavía no hay respuestas. Cada vez que el problema resurgió, como sucedió cuando Eduardo Zapateiro, el oficial que firmó la transferencia de su padre, fue promovido en el ejército, la herida se abrió nuevamente. La ausencia se convirtió en su compañero de vida. Lo formó tanto como la pelota. En cada pase de milímetro, en cada gambeta, hay algo de ese niño que jugó en las calles de Medellín tratando de llenar con fútbol el espacio vacío que dejó un padre. Lea también: La magia de Juan Fernando Quintero fuera de los tribunales: sus exitosos negocios le dieron lo que la vida negó: una forma de ser visto, de ser reconocido, de dejar una marca. Sin embargo, ni la gloria de los estadios ni los aplausos masivos han logrado darle lo único que todavía espera: la verdad sobre su padre. En la cancha, Quintero siempre busca el compañero mejor posicionado. En la vida, todavía está esperando que alguien regrese ese pase perdido en marzo de 1995, cuando su padre desapareció en medio de la violencia y el silencio. Hasta entonces, continuará jugando con la certeza de que cada objetivo, cada pase y cada aplauso también llevan el nombre de Jaime Enrique Quintero, el hombre que nunca podría conocer, pero que nunca ha dejado de estar presente en cada celebración.

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